¿Por qué el tren?

El rock, de traza urbana, encuentra en el hecho del transporte ferroviario una evidencia, mojón y escena cotidiana desde la cual desenvolverse... un fantástico homenaje a la noble bestia de acero que quizá sin saberlo, seguirá llevando o trayendo historias.

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El cancionero popular -en cualquier género contemporáneo-, se afirma sobre cuadros costumbristas.

El origen del rock en la Argentina, ubicado en la década de 1960, no prescinde en su lírica de la red ferroviaria nacional, actualmente la octava más extensa del mundo (con casi 50.000 kms. de vías), que llegó a tener el doble de extensión precisamente en la época en que Manal, los Gatos, Almendra o los primitivos Abuelos de la Nada grababan sus primeras canciones.

El origen de clase media de los jóvenes artistas, el notable impacto sociodemográfico que las vías del tren mantuvieron en el país (con la fenomenal concentración urbana desde el interior hacia ciertas capitales, particularmente Buenos Aires) y la posibilidad de trazar innumerables variantes a partir de esa “locación”, lo ponen rápidamente en el imaginario de ese primitivo cancionero rockero.

Los Abuelos de la Nada, en 1968, registran “En la Estación”, una historia de soledad en tiempo de blues; la canta Norberto Nappolitano, quien emplearía muchas veces el recurso con Pappo’s Blues y otras bandas: la relación ”touch and go” – “Tren de las 16” (1972), la referencia al ferroviario contento y orgulloso de su pertenencia – “Trabajando en el ferrocarril” (1973), la necesidad de confirmar si un lugar distinto existe o fue imaginado -“Ruedas de Metal”- (Riff, 1981), la metáfora de la encrucijada entre pasiones – el amor a una mujer o a la música- en “Tren Azul” (1987 -Pappo y hoy no es hoy- y nueva versión en 1995 con Pappo’s Blues).

Al terminar los ‘60 Los Gatos eran top entre los favoritos y muchas de sus letras evocan la idea de rodar -“Madre Escúchame” (1967) – o de nostalgia -“qué tren pasará a cargar tu tristeza” en “Los días de Actemio”- (1970). La apelación era constante entre los jóvenes talentos de la época. Refiere Claudio Gabis que pasaba tardes enteras conversando con el Carpo sobre diversos aspectos relativos al quehacer ferroviario y de hecho una significativa pieza de Manal, compuesta seguramente hacia 1968, fue la primera que deslumbró al editor y productor Jorge Alvarez: “Avellaneda Blues”, grabada en 1970, pintura magistral del conurbanoindustrial bonaerense, con especial dedicatoria a al particular trasegar de los trenes de carga.

Alvarez fundaba “Mandioca” y las principales bandas de entonces se cobijaban en el sello. Entre ellos los revolucionarios “Almendra” que en “Toma un tren al sur” (1970) apelarán a la idea de un viaje largo como pasaje a otro estado, donde “todos habrán volado”. La expectativa por recorrer es parte del imaginario juvenil y Spinetta la hace propia, en canciones como “Rutas argentinas” (197) pero también en “Gabinetes espaciales” (1969, exploración que retoma con Invisible, por ejemplo, en “El anillo del capitán Beto” (1976).

Luis Alberto vuelve el tren, para establecer un par dialéctico entre fin y permanencia en “Azafata del tren fantasma” (Invisible, 1974), donde un espíritu eterno (la azafata) supervisa el asesinato de un poderoso rey (paradoja de que todo termina). Desde otro plano, igualmente interesante, “Yo quiero ver un tren” (solista, 1983) lo encuentra en un futuro distópico, post bomba de neutrones, entrefuegos verdes que confluyen desde el mar, como un niño que quiere ver circular locomotoras y vagones: referencia a un ancla con el pasado mejor.

Esta versión, grabada con Lebón en la guitarra, nos lleva al prolífico David, que en el regreso de Serú Giran (1992) pone un letra que resume su búsqueda de “ese tren” que lo lleve a donde quiere estar. No es su primera referencia: años antes compuso “Contigo qué pasa” (grabada por él en 1984 y por Nito Mestre en 1981), en la que le reclama a quien probablemente es su pareja, que abandone la inconstancia y la desconfianza, que deje de subirse y bajarse de un tren.

El tren como metáfora de estados está presente en otro ex Serú, Charly García, en la emblemática “Bienvenidos al tren” (1973), donde tras relatar una ruptura (una pareja, un orden social, un paradigma) busca remedio en un viaje ferroviario e invita a una pléyade indeterminada de almas jóvenes.

De esa época es “Toma dos blues” (1973) en la que también el tren, que se va lejos, hará al protagonista vivo, si se va. Tren como metáfora de salida para Charly, que cambia de vehículo en su ego trip de la década siguiente, y dirá rotundamente “No voy en tren, voy en avión / no necesito a nadie, a nadie, alrededor” (1987).

Le contesta, paradójicamente, otro Carlos Alberto: el indio Solari. Contemporáneo en edad pero de muy diferente trayecto artístico, partiendo del under platense en los ’70 hacia el boom de estadios desde los ’90. Dueño de una lírica que tomó impresiones milimétricas de la estética y la expectativa ciudadana. Y en la stoniana “Todo un palo” (1987) reta a García: “No voy en trenes / no tengo a donde ir”. Y de sus primeras cosechas nos deja “Rodando”, donde montado en un tren espacial, siempre está marchándose.

La idea del tren como pasaje metafísico aparece también en dos pioneros: Raúl Porchetto, uno que seguramente viajó en tren desde su natal Mercedes al arrimarse, a fines de 1960, a la Capital, que en 1979 nos habla de “Trenes blancos que desnudan el tiempo y muestran el mundo”, simbiosis entre circunstancias temporales y espaciales a las que también recurre su compinche y tocayo León Gieco, quien en “Como un tren” (1994) utiliza el trayecto como metáfora intensamente poética del milagro de la vida. En “Al atardecer” (2005), versionando la composición de Ciro (1996), rescata el recurso, retratando el desamparo y la rutina al que se expone una heroína débil.

Otro creador inspirado, Gustavo Cerati -por su densidad urbana seguramente más usuario del subte o del colectivo en sus inicios-, se referirá al ferrocarril en el primer disco de Soda Stereo, cuando en “Ni un segundo” (1984), describe alguien hambriento de tiempo, probablemente él mismo, al borde de “perder el tren”. Paradójicamente, en el inesperado fin de su carrera, describe en “Convoy” (2009), un encuentro apasionado y descontracturado que protagoniza, en un vagón espacial desenganchado de la formación, mientras explota a su espalda la entera galaxia.

Llegando al final, recuperamos a otro que -como Lebón- “escucha” el tren: Luca Prodan; aquél en la metáfora, éste desde el hiperrealismo, en un retrato inmejorable del Abasto porteño (1987), como señal característica.

Identidad que aparece en la trova rosarina: Alejandro del Prado en su canción “Los locos de Buenos Aires” (1985), Lalo de los Santos en el “Tema de Rosario” (1996); ciudad donde surca vías el “Estrella del Norte” que le retumba en la sien, a ese ex convicto que regresa a casa de Mirta (1981), con Baglietto, para volverse a ir.

En los años 80 y 90, el rock se hizo aún más suburbano y eso se nota en las composiciones: un flechazo de Cupido en “Yo te vi en un tren” (1987) de los Enanitos Verdes, la marginación y el hastío social en “Tren de Fugitivos” (1998) de El Soldado, “Patri” o “Con el agua en los pies”, ambas de Los Caballeros de la Quema (grabadas en 1993). También la soledad –“Cuando yo desespere” o la desigualdad “América Fatal” en el Virus sin Federico Moura (ambas de 1998) y hasta la incontenible potencia motriz en “Trenes, camiones y tractores” (2004), de Arbol.

El rock, de traza urbana, encuentra en el hecho del transporte ferroviario una evidencia, mojón y escena cotidiana desde la cual desenvolverse. Los ejemplos son innumerables y las referencias no agotan este listado, pero son válidas para conjugar entre todas, un fantástico homenaje a la noble bestia de acero que quizá sin saberlo, seguirá llevando o trayendo historias, acercando o alejando almas,surcando indefinidamente espacios y tiempos.

José Emilio Ortega