El rescate de los 33 mineros

El 13 de octubre se cumplen 9 años del rescate de los trabajadores de la mina chilena de San José. Este relato de Marcos Speranza está enmarcado en esa situación y es un cuento de "Dominio Imperfecto", libro de pronta aparición.

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No hablaba mucho. Ni en castellano ni en kunza.

Ltchicai, hizo un gesto negativo, apenas perceptible. Quizás seguro de que nada ni nadie podría observarlo, que se perdería para siempre.

Dijo algo para sí antes de levantarse. Volvió a arrodillarse para acariciar de nuevo la arena. Todavía tibia por el sol de la tarde en el desierto, la escurrió pausadamente, grano por grano entre sus dedos. Después miró sus manos, ahora desnudas, solitarias; cerró los ojos con la misma convicción de cerrar una herida.

Quinientos años antes, sus antepasados atacameños y aymaras habrían predicho su dolor.
La Paatcha hace eso en Atacama, pensó; se traga rápido las huellas, las lágrimas… Pero después el viento revuelve las cosas, las desentierra y las empuja, de un lado y del otro, ruedan y vuelven. Las dunas son otras y son las mismas. Siempre vuelven y están ahí, donde estuviese uno, posando sus pies, sus rodillas o sus manos.

Su abuela Puri perteneció a la última generación de agricultores de la zona; en la época que más tarde los gringos llamaron “la región del oasis”.

[1] Título de original: “Las dunas que son otras y son las mismas” del libro “Dominio Imperfecto y otros cuentos” de Marcos P. Speranza y José Ortega. Pluma Libre 2019.

Ltchicai pudo haber tenido el mismo destino. Pasa que el río Copiapó ya no es el mismo, que la minería “es la única manera de ganarse el pan…mientras a algún otro le haces ganar el oro, el cobre, el yeso…” decía a sus amigos, un poco en broma, un poco con resignación.

Ya sus hijos no heredaron aquellos rituales solemnes, de ofrendas y sacrificios. Sin embargo, aprendieron lo suficiente como para defender la divinidad de la tierra y de sus dioses que habitan la piedra, el agua, los animales y las plantas. De ninguna manera iban a ser mineros. Ltchicai los animaba a jugar descalzos, a conectarse con la presencia del sol en la tierra. Ellos jamás podrían violentarla.

De lo vivido en la Mina San José, Ltchicai no habló, ni en castellano ni en kunza. Se recluyó en su espacio y su silencio. Esta vez eran sus amigos, los que decían un poco en broma un poco con resignación, que ahora que finalmente había salido a la superficie, parecía habérselo tragado la tierra.

Volvió después de más de dos meses a casa, así nomás, como lo hacía al terminar su turno: de un día, de dos, de una semana, en este caso de setenta y pico de días.

No pudo dormir durante mucho tiempo. Canjeó sus horas de sueño por caminatas y contemplaciones hasta el amanecer. Parecía, desde aquel tiempo sepultado, sentirse mejor en la oscuridad de la noche y en la soledad absoluta que gobierna el páramo de la cordillera detonada.

El periodismo en los primeros días había hecho algún comentario al respecto. Después el asunto – como las lágrimas y las huellas en el desierto -, se dispersó, se secó, se sepultó. Más tarde, como es natural, él lo sabía, volvería.

(En esa plena seguridad de la recurrencia, recordó a sus treinta y dos compañeros ahora definitivamente muertos: La Paatcha de Atacama había obrado como siempre lo hace: los arrastró, los levanto, los emergió, los empujo – de un lado y del otro, como se dijo, como la arena -, hasta que finalmente volvieron, ahí, ahora descansando, quizás no tan profundo. Pero “si polvo eres…”, como dicen los cristianos, pensó…)

Creíamos entonces que, entre rescatistas, el presidente y algún otro público agraciado, se habían agotado las piedras que Ltchicai conservó desde aquel episodio. Tal vez la industria turística, que desde hace algunos años ya, comercializaba objetos encontrados en el fondo de la mina, había contribuido a que ese asunto tuviera un sentido, si se quiere, un poco más mundano.

Pero Ltchicai, que había canjeado el sueño por sus caminatas, dedicó cada noche, a escondidas, en algún lugar del páramo en que pegara de lleno la intimidad y la luna, a desplegar un bollito de lienzo en el que descansaba, como un niño dormido, un pedacito marrón de roca volcánica que detenía la marcha y el tiempo.

Abría recurrentemente su misterio arropado; siempre primero con rostro esperanzado, después la mirada triste, desahuciada, se perdía.

Ltchicai había cargado ese trocito de citrino para su esposa Ckun, pero por alguna razón no pudo entregarlo.

En esa piedra tan suya, entre la veta dorada y el marrón topacio del citrino, Ltchicai, setecientos metros bajo tierra, había visto la imagen de algo que ya no estaba allí, y que seguía buscando desesperado en cualquier momento en que, como se dijo, la luna o la intimidad le pegaran de lleno.

Han pasado veinte años, el desierto tragó y desparramó muchas cosas.

Ltchicai, en la superficie, jamás volvió a verse a sí mismo tan puramente reflejado como había ocurrido en esa roca que todavía guardaba.

Sigue deambulando por las noches, todavía sin dormir, desesperado, perdida la mirada contra la profundidad fría y el lienzo.

Al amanecer vuelve a guardar su piedra, acaricia la arena del desierto y la escurre entre los bordes de sus palmas y dedos. Ltchicai no llora, pero se lamenta cada noche.

Ya es demasiado tarde.

No puede saber cuánto de él se ha alejado caminando, cuantas cosas ha abandonado del lado de sus sueños.

Tampoco es capaz de recordar, cuánto de sí podría encontrar, tan puramente reflejado en la mirada volcánica, color topacio de Ckun.

Esa mujer, que no solo cierra los ojos, también los abre con la misma convicción de cerrar una herida.

Marcos Speranza (Córdoba, 1981)

Dedicado a la literatura y a las ciencias económicas 

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https://www.youtube.com/watch?v=f_rlT81FNlw

Trailer oficial de “Los 33”: avance de la película basada en la conmovedora historia de los 33 mineros chilenos atrapados en la Mina San José, protagonizada por Antonio Banderas, Lou Diamond Phillips, Rodrigo Santoro, Juliette Binoche, Juan Pablo Raba y Kate del Castillo.

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