El exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera está acostumbrado al debate, incursiona en la discusión con la templanza del profesional y no se sustrae de los temas incómodos, incluso cuando involucrarse puede implicar costos.
Esta disposición quedó en evidencia en los últimas semanas, luego de que en las redes sociales comenzara a circular un texto suyo de 212 (“Una vez mas sobre el llamado extrativismo” en nodal.am) en el que abordaba la polémica sobre el extractivismo en materia de hidrocarburos, aunque podría tratarse también de minería, exploración submarina en el lecho marítimo o de la técnica del ‘fracking’ para obtener combustibles no convencionales.
Un tema muy actual para una Argentina que, por un lado, requiere dólares para financiar el desarrollo y la diversificación de la estructura económica, pero que también necesitará divisas para pagar la deuda que dejó como herencia la gestión de Cambiemos.
“Hemos heredado una economía extractivista, la tenemos que llevar y utilizar temporalmente, con la perspectiva de anularla, gradualmente anularla, pero lo vamos a hacer cuando hayamos sacado a las personas de la pobreza, les hayamos garantizado salud, trabajo, educación, universidad gratuita y opción de empleo”, describió a modo de diagnóstico en entrevista exclusiva con Télam.
García Linea advirtió que “su respuesta a los compañeros que hacen una lectura a veces ingenua del extractivismo” es que hasta cumplir con aquellos objetivos se requiere “una transición en la que los recursos naturales que salgan de la extracción estén mayoritariamente controlados por el Estado para políticas redistributivas”.
-En materia de medio ambiente, ¿se puede tener un desarrollo sustentable sin políticas tan rígidas como el anti-extractivismo?
-Supongo que la pregunta tiene que ver con un texto mío que se difundió en Argentina, que es un texto que escribí en 2012, hace casi una década, en un momento muy preciso, particular, cuando había aquí en Bolivia un problema en torno a una carretera. Y a ese texto lo reivindico porque es mío, pero está escrito en ese momento particular. Era un texto de combate: la idea general la defiendo, y uso un dato que da (Eric) Hobsbawm, que dice que el 1% de la población más rica del mundo contamina el doble que 3500 millones de personas. Yo digo entonces, toda la humanidad tiene que asumir políticas de cuidado del medio ambiente, por supuesto, pero ese 1% de la humanidad es al que más tenemos que ajustarle con políticas de protección de la naturaleza, y no a las 3500 millones de personas pobres que no tienen muchas veces ni para comer. A veces no sabemos diferenciar eso. A ese 1% le impondré cargas, restricciones, limitaciones, castigos, impuestos, y con esas 3500 millones de personas que contaminan la mitad, estableceré otro tipo de mecanismos más moderados, a mediano o largo plazo, dependiendo de sus condiciones de vida.
Uso este ejemplo para llegar a América Latina, que es una sociedad en el que una parte de sus ingresos parte de la minería, de la actividad hidrocarburífera y de la producción intensiva de alimentos. Tenemos la obligación y la responsabilidad moral como seres humanos de asumir la lucha contra el cambio climático y la emisión de gases de efecto invernadero, pero no puede hacerlo suspendiendo sus ingresos hoy. ¿De qué economía naranja voy a hablarles a los niños que iban a la escuela con asientos de adobe, donde su pizarra era la pared? Ahora quiero mencionar dos críticas que hacen los compañeros sobre el extractivismo: la primera es que el progresismo no le ha dado la suficiente importancia. Sí, y hay que darle la suficiente importancia. Tiene que estar en nuestras políticas públicas como un elemento prioritario. En segundo lugar, la producción extractiva está beneficiando solamente a la gente muy rica. Yo no diría eso. Está bien que se lo digan a otros gobiernos, pero no a los gobiernos progresistas.
En Bolivia, la extracción del gas y del petróleo ha quedado en manos de los bolivianos. Hemos nacionalizado. El 85% de la renta petrolera queda en manos del Estado, y el 15% se va con empresas privadas. Antes, los neoliberales dejaban 18% de las ganancias en el país y el 82% se lo llevaban afuera. Aquí hemos dado vuelta la tortilla. Por otro lado, el progresismo tiene que tener una política de transición gradual hacia otras formas de producción de la riqueza, en las que los excedentes queden en manos del Estado para que sea redistribuido: para que genere salud, educación y alimento para formar una nueva generación de trabajadores, profesionales y técnicos que nos lleven al tránsito hacia una economía no extractiva.
Sin embargo, hay propuestas que nos dicen que dejemos de extraer los recursos naturales: o sea, que dejemos de recibir el 60% de nuestras exportaciones. ¿Y con qué las sustituimos? ¿De dónde va a venir el dinero? El 60% de las exportaciones y de la obtención de divisas viene del gas, del petróleo, de los minerales. Que nos digan que dejemos de producir es condenarnos a que dejemos el 40% o 50% del a población en condiciones de pobreza absoluta. No faltan tampoco algunos defensores del anti-extractivismo que, en una lectura muy reaccionaria, se imaginan que el mundo indígena debería ser el campesino con su casita de paja contemplando la naturaleza. No. Eso está bien para la postal del turismo, pero el indígena boliviano quiere una buena escuela, quiere una casa de ladrillo, educación, ir a la universidad, viajar, ser profesional. Y tiene derecho a hacer eso. No podemos fosilizar la imagen del indígena como una postal para turistas.
Por Bernarda Llorente (Foto de cabecera gentileza atb)