Cuando tomé, de la batea de mi disquería preferida, aquel vinilo de tapa blanquinegra, retrato de un Charly García seductor y lejano fumando en una esquina neoyorquina -entero tributo al arte urbano-, lo palpité; cuando lo puse a sonar en el infalible Grundig (que mi querida vieja había pagado, con sacrificio, en 36 cuotas), lo confirmé. Clics Modernos era lo más parecido a un OVNI que había conocido hasta entonces.
Grabado en la Gran Manzana, Clics abría una ventana hacia el futuro, desde la cual podíamos mirarnos a nosotros mismos,tan emocionados como desconcertados. Intentando hacer pie en una genuina revolución sonora: Charly sintonizaba la “new wave”, mostrando un arsenal de instrumentos novedosos y exponiendo, en sus letras, un discurso vanguardista.
Los cortes de difusión conducen al público por terrenos en apariencia menos complejos, pero quienes discutíamos con el disco en la mano entendimos que García nos estaba pidiendo algo más: sacar la cabeza del pozo.
Estoy verde / No me dejan salir. Era 1983 y nada más debía ser como antes. Tiempo de respirar hondo. Reír. Gritar. Putear (donde se podía). Empezábamos a documentarnos seriamente sobre lo que habían sido aquellos siete años de dictadura. A los adolescentes, nos costaba menos ilusionarnos: Tengo que confiar en mi amor / Tengo que confiar en mi sentimiento. Los cambios, ocurrirían.
Había que votar, por primera vez en una década. Votar, casi una extravagancia en la Argentina de entonces: personas de 40 años apenas si habían podido votar dos veces en su vida. ¿Se podría repetir cada 4 años, como mandaba la Constitución? La expectativa convivía con el temor: Miren lo están golpeando todo el tiempo / Lo vuelven – vuelven a golpear Nos siguen pegando abajo.
Muchos temían a la violencia política. Aparecían caras viejas. No se alquiló ni un guardaespaldas negro, no era Lennon ni Rucci (ni Rucci) recordaba el maestro. Hubo episodios que fueron inclinando la balanza hacia quienes, con más nitidez, ofrecieron a la ciudadanía un tiempo de paz.
Ya tienes las valijas sobre el diván / Te vas, el mundo gira al revés / Mientras miras esos ojos de video tape. Muchos se iban para volver. ¿Valdría la pena el doble desarraigo?
Pero Charly veía algo más. No estaba conforme. Se había cansado de advertirnos en discos anteriores, o en esas giras en las que (aparentemente) se le saltaba la térmica y terminaba siendo noticia policial. Hace tiempo que no leo ni veo nada / Porque me ofende que todo esté tan mal / Y hasta las personas lindas me dan rabia / Y los chicos y las chicas no hacen nada por cambiar.
Nosotros teníamos su promesa: daría cualquier cosa por poderte dar un poco más. También, su sinceramiento: no creo que pueda dejar de protestar. Conocíamos su anhelo: desprejuiciados son los que vendrán. Compartíamos su credo: Huellas en el mar / Sangre en nuestro hogar y su convicción: pero los dinosaurios / van a desaparecer.
Cuatro décadas después
Vino la democracia. Los dinosaurios no desaparecieron del todo. Y los amigos del barrio, los cantores de radio, los que están en los diarios, la persona que amas, se apagaban de otro modo. No todo cambió. Algunas promesas fueron en vano. Charly siempre lo supo. Sus advertencias siguen fungiendo como destellos, entre densas tormentas de tierra.
¿Qué faro nos ofrece la cultura popular para entender lo que estamos transitando en la actualidad? Charly es un artista-ciudadano que, en una coyuntura histórica determinante, pudo tomar perspectiva y componer una obra entrañablemente argentina, socialmente significante. Muchos años se tomaron los eruditos para señalar a “Clics Modernos” como una obra cumbre del arte nacional. Para entonces, el público ya había decidido por su cuenta.
En el 83, muchos confiaron en aquel “con la democracia se come, se cura y se educa” que Alfonsín pregonó en su extraordinaria campaña, confiado de lograr las transformaciones necesarias. El de Chascomús no terminó su mandato, aunque la historia ha recuperado su contribución, decisiva para sostener la transición democrática y entregar el poder a otro civil en 1989, reformar la Constitución Nacional en 1994 y encontrar una salida medianamente institucional en 2001.
Recordando aquél ejercicio de poder constituyente derivado, el último efectuado en el orden federal, se produjo entonces el máximo nivel de consenso que recuerde la República, sólo comparable (salvando circunstancias y contextos) con la de 1860, cuando la Provincia de Buenos Aires se insertó definitivamente en el Estado nación.
Pero la reforma no produjo las consecuencias esperadas. Muchas decisiones adoptadas por el constituyente exacerbaron el centralismo. La elección directa del jefe de gobierno de CABA posicionó de otra manera al distrito frente al país político. La elección directa presidencial, mulitiplicó el peso específico de los distritos más poblados. El tercer senador agregó cierta diversidad, que por ahora suma más costo a la política, sin aportes sustanciales a la calidad democrática. Aquellos aspectos en donde debió concretarse un consenso profundo, de largo plazo, un acuerdo en el que todos sin distinción acuerden el rumbo, siguen esperando: a la cabeza de ellos, la coparticipación.
La pobreza se duplicó en 40 años, superando en la actualidad el 40%; mientras todos los indicadores socioeconómicos relevantes acusan el impacto de semejante involución. Como en 1975, 1982, 1989, 1991, 2001, 2003, 2019, la fiebre por el dólar “no oficial” conmueve el día a día de cada argentino/a: porque algunos tratan de atesorar un ahorro de plazo urgente, como arena entre los dedos; porque con la excusa cambiaria se retiran productos básicos en las góndolas y se perjudican millones de personas; porque unos pocos especulan, haciendo hacen grandes negocios o conspirando contra las autoridades.
La dirigencia política convencional, no lo logró. Los partidos tradicionales se fueron derrumbando, por decisiones tomadas por su conducción, encerradas en el internismo, la mezquindad, la ausencia de proyectos. Las actuales coaliciones aparecen como endebles estructuras jurídicas, imprescindibles para la competencia, pero inservibles para articular un gabinete, un programa, un plan de gobierno.
En esa debacle aparece un actor político que, despreciando a los partidos, atrae a millones de votantes desahuciados. Captando desde adentro a los descreídos, a partir de un montaje ligero, fundado no ya en mensajes, sino en pocas palabras-eje: “casta”, “dolarización”, “motosierra”. Entusiasmando a los que no tienen nada que perder o los que exigen un cambio al precio que fuere. Enarbolando propuestas imposibles, exacerbando la agresión (porque la siente el votante tantas veces vulnerado) o reivindicando el pasado, incluso el que (parecía) todos habíamos acordado dejar atrás.
El resto de oferentes, que representa bastante bien a los sectores de “la política” actual (el oficialismo que ha fallado en su promesa de “volver mejores”, una voz del interior con marcado tinte localista, el conservadurismo antipopulista exponiendo sus fisuras y contradicciones, la izquierda cómoda en su pequeño rol opositor) sigue sin saber muy bien cómo competir. Los “libertarios” son consecuencia de los errores de ese conjunto (por su renuencia a aceptarlos).
¿En quién confiar? Atravesando la coyuntura, sin brújulas, pensando en las próximas cuatro décadas, ¿Quedarán los testimonios de hoy?
Procurando imaginar nuevas ventanas desde las cuales observarnos, hoy escribimos con la misma incertidumbre que en 1983.
Pero el domingo iremos a votar sin poderosos OVNIS culturales con los cuales sobrevolar la coyuntura, mucho menos el futuro. Pienso en Charly, hoy requirente de atención geriátrica, encerrado en un cuerpo que no le responde, víctima de una vida al límite, en la que fue rebelde mientras pudo. Si bien prometió: los carceleros de la humanidad / no me atraparán / dos veces con la misma red, está aislado por entornos ignotos, mientras sus camaradas de la vida componen una parodia triste, tan decadente como nuestro presente colectivo.
Vuelvo a mirar aquella tapa blanquinegra, hoy ajada. Si cayó el querido Charly, qué nos queda al resto de los mortales. Pero a la vez intento convencerme de que el futuro de ayer, no tiene porqué agotarse en este doloroso presente. Vale la pena seguir intentando, recordando al entrañable Carlos Alberto García Moreno: Y aunque cambiemos de color las trincheras / aunque cambiemos de color las banderas / siempre es como la primera vez.
José Emilio Ortega
Todas las letras fueron extraídas de Clics Modernos (1983). Por orden de inclusión: “No me dejan salir”, “Nos siguen pegando abajo (pecado mortal)”, “Dos cero uno”, “Ojos de video tape”, “Bancate ese defecto”, “Huellas en el mar”, “Los dinosaurios”“No soy un extraño”, “Nuevos trapos”.